Mostrando entradas con la etiqueta reencarnación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta reencarnación. Mostrar todas las entradas

jueves, 11 de febrero de 2016

Memorias del Buen Discípulo



 Hubo una vez un hombre de semblante pálido y mirada triste que entró a un Templo.
Con sus ojos cerrados y en silencio, sentado en posición de loto frente al altar, se encontraba el Maestro.
El hombre se quedó un rato observándolo y al ver que el Maestro no notaba su presencia quiso llamar su atención.
- Disculpe…
El Maestro siguió meditando como si nada hubiera sucedido.
El hombre insistió:
- Perdón, ¿podría interrumpirlo?
El Maestro con extrema lentitud comenzó a erguirse y poco a poco abrió sus ojos. Luego de unos instantes, que al hombre le parecieron interminables, le respondió en calma:
- Pides permiso para interrumpir…  Ya has interrumpido…
 - Bueno, disculpe usted, es que necesito hablar con alguien antes de hundirme totalmente en la desesperación. Necesito que me ayude, estoy muy apesadumbrado, triste, dijo el hombre con voz lánguida.
El Maestro, continuó con su expresión contemplativa y se dispuso a escucharlo.
- Cuéntame, le dijo.
El hombre comenzó a relatar el derrotero de sus días, lo que él llamaba la historia de su mísera vida. De su pelea con sus hermanos por la casa que habían dejado sus padres al morir. De su mujer que lo había abandonado por no ser capaz de traer el sustento cotidiano para mantener a sus tres hijos. Que sus niños ya no querían verlo. Habló de su negocio compartido con su hermano mayor quien lo había estafado. Y deshojó una a una todas sus penurias ante el Maestro, quien lo contemplaba paciente e imperturbable.
Lo oyó un buen rato sin decir una palabra.
El hombre terminó de hablar y el Maestro permaneció en silencio y bajó la vista.
-Bueno, soy el hombre más desdichado del mundo y usted ¿no me va a decir nada?
Por favor, insistió, - ¡Ayúdeme! Deseo cambiar mi vida, agregó desesperado.
El Maestro continuó en silencio, esta vez contemplando algo más allá sobre la cabeza del hombre. A lo lejos se oía el tintineo de unas campanas y el sonido del agua  de la fuente cayendo en cascada sobre un pequeño montículo rocoso, en la entrada del Templo.
El hombre ya se estaba impacientando.
- Muy bien, dijo por fin el Maestro, y agregó - Ven todos los días, a las cinco de la mañana y te enseñaré algo.
El hombre volvió al otro día a la hora que le había dicho el Maestro, quien lo invitó a quedarse en silencio un buen rato, sentado junto a él, frente al altar. El hombre quiso hablarle pero el Maestro le dijo que debía permanecer en silencio. Al despuntar el mediodía se despidieron hasta el otro día.
Así transcurrieron unas cuantas semanas, hasta que un buen día el hombre le preguntó al Maestro para qué lo hacía ir todos los días a permanecer en silencio. Que eso, no lo había ayudado en nada. Que su vida seguía siendo tan mísera como antes, y encima de todo, que no podía contarle sus problemas para que él lo ayude...
- Eres libre. Puedes irte, y no volver.
- Pero usted dijo que me ayudaría y yo le creí.
El maestro permaneció impasible durante largos minutos, mirando hacia los ojos del inmenso Buda que se erigía en el altar, rodeado de velas e inciensos recién encendidos.
- El hombre, ya muy molesto alzó la voz: - ¡Usted es un embustero! Me ha mentido, no me ha ayudado en nada.
Con inmensa compasión y una media sonrisa en los labios le respondió:
- Tú me pediste una solución a tus problemas, y te invité a disfrutar de la contemplación y el silencio. ¿Qué mayores tesoros podía ofrecerte? Luego agregó: Tú sólo me has insistido día a día, que te escuchara… Entonces comprendí que no deseabas una solución a tus problemas. Sólo deseabas que alguien te escuche...
- La ayuda que buscas, está en ti no en mí.
- Ve y háblale a la roca, cuéntale lo mísero que eres. Llora y descarga tu furia y tu tristeza con el viento, golpea la tierra y derrama tus lágrimas en el polvo.
-Cuando estés agobiado de tanto llorar, y cansado de sentirte el más mísero de todos los hombres, entonces ahí regresa. Sólo cuando sientas desde las entrañas de tu corazón que ya no quieres vivir más así, como un despojo de hombre. Sólo entonces regresa…
-Recién ahí podré guiarte para que puedas encontrar en el fondo de tu ser la luz que tanto anhelas.

Adriana Alfonso 


sábado, 11 de abril de 2015

CUENTO: PACTO DE ALMAS

...La verdad es que no tenemos  por qué llorar a los muertos. ¿Por qué habríamos de hacerlo?
 Están en un lugar donde no hay sombras, oscuridad, soledad, aislamiento ni dolor.
 Están en casa. Están con Dios, de donde vinieron...
Anam  Cara El libro de la Sabiduría Celta
John O´Donhoue
        
         La noche viuda entrega su manto de terciopelo. Protectora, guía a las sombras que se esparcen por doquier en el antiguo caserón colonial. Voces sordas y silencios animados recorren el patio. Los baldosones, desdibujados por tantos años, tienen sed de rocío. En un claro de luna, la figura del aljibe, estampa virtual de un pasado remoto, se enaltece en la quietud. Por las hendijas de la persiana de una de las habitaciones, la luz ya no se ve.  Morena y Santiago duermen.  Ellos desconocían la historia de la casa cuando la compraron, tres años atrás.
         Desde que visitaron Tandil por primera vez, sólo quisieron vivir allí. Adiós locura urbana. Chau Buenos Aires. Cuando se instalaron, todo reverdeció en la vieja morada. La vida y el color retornaron. El aire se contagió de olor a ternura, de gozo de amantes recién casados. Y pronto fueron tres...
         Es la hora del ensueño. En medio del susurro de los grillos se oye una voz.
-¿Hola mi mohoso amigo? ¿Cómo estás? Era Francisquito que estaba apoyado en el aljibe.
-Ho... hola -contestó el aljibe un tanto atónito. -¿Qué hace usted aquí después de taanto?
         -Podés tutearme, Joshe -respondió el niño divertido, sentado en el borde, balanceando sus piernas.  -Seeñor, le he dicho muchas veces que tengo nombre y apellido, no soy Joshe, a secas-
          -¡Aahh!, sí, perdón, no quise que te enojaras. Pero... ¿Cómo era? El aljibe contestó con un tono serio y apesadumbrado:  -Soy el aljibe de la casa de la familia Gutiérrez Vidal.
           -Uy síiiii y yo soy Francisquito Gutiérrez Vidal... ¡no es para ponerse tan seriote, mi amigo! y se oyó una carcajada.
-Señor, creo que usted está tratándome un tanto socarronamente.-
           -¿Socaquéeee? -preguntó el pequeño sin dejar de hacer muecas con la boca y la lengua sobre el reflejo del agua. 
-Bue, bue, bue, vayamos al asunto ¿Qué lo trae por aquí? ¿A estas  horas?-
Francisco comenzó a explicar su inesperada visita. -Verás, en el lugar donde vivo ahora no hay tiempo para dejar de jugar, nunca es de noche, y está lleno de plazas, areneros,  payasos y juegos por todos lados. Las palomas, los canguros y los delfines juegan con nosotros y hasta tengo un caballito de mar...- 
          -¡Qué hermoso! -dijo el sorprendido anfitrión imaginando aquel mágico lugar.
-Pero, ¿entonces?-
-Lo que sucede es que tenía que venir, tenía que venir...- repitió el niño.
          Las palabras se perdieron entre la brisa nocturna. Bajo la escalera de caracol, Bufoso, el cachorro ovejero, dio tres vueltas y resopló antes de acurrucarse sobre el trapo de piso. Después se quedó espiando de reojo la extraña conversación.  De repente, un chirrido. La puerta del comedor que daba al patio quería abrirse. Mejor dicho, se estaba abriendo.  Se veían las manos de Nahuel empujando con esfuerzo. Primero la puerta, luego el mosquitero y... lo logró. Salió  dando tumbos con sus pasos tambaleantes. Una risa de júbilo  se esparció por el zaguán. Daaa da daaa. Miró el banquito de madera. Lo arrastró y lo llevó como un carrito. Daaa da. Lo puso pegado al aljibe. Daaa dáa y se trepó nomás. Nadie sabe cómo pero apareció paradito, justo en el borde.
         Nahuel era un pequeño revolucionario. Solía treparse con la silla a la cocina tratando de encender la hornalla con el chispero. Más de una vez fue sorprendido antes de saltar por la ventana hacia el patio, después de haberse subido a la mesada. O lo habían encontrado sacando todos los cubiertos de los cajones. Tal vez podría intentar probar el gusto de las monedas, los botones o cualquier otro elemento a su alcance que fuera digno de llevarse a la boca. Buscador incansable de aventuras, ya una vez se había fracturado un brazo, hacía tres meses, por querer pasar de su silla al sillón que estaba a un metro y medio de distancia. Justo el día que cumplía un dos años.  Pero eso no lo detuvo, cuando lo trajeron de la clínica con el yesito andaba correteando por todos lados, dándose nuevos porrazos.
         En medio de la monotonía del ambiente nocturno, Nahuel estaba dando un concierto de entrecasa. Manoteaba el balde de chapa que estaba apoyado boca abajo en el brocal. Los brazos invisibles de Francisquito sostenían al chico para que no cayera.  Lo tuvo así hasta que fue rescatado. Bufoso, que desesperado no paraba de ladrar, e iba de un lado a otro del patio, hizo, junto con el barrullo,  que los padres se despertaran.
           Cuando Santiago llegó y vio la escena, se quedó mudo y pálido como su camiseta. Las gotas de sudor comenzaron a bajar por sus sienes. Detrás llegó Morena, que casi se desmaya.  Lanzó un grito ahogado: Nahue...
 -Shhhhh, no, no  mi amor, se puede asustar- recomendó el padre.
-¿Qué hacéemooosss?-
         -Esperá... yo me encargo, tranquila - dijo Santiago  mientras iba acercándose despacito. Nahuel seguía entretenido con su ruidosa sinfonía. Miraba a los papás y sonreía. Daaa Da
-¡Hoola bebé!  Vení con papi- dijo Santiago acercándose como una pluma y estirando los brazos. El pequeñín no se resistió. ¡Ahhhhhh... ya, ya, ya te tengo mi amor! En ese momento Francisquito lo soltó. Todos respiraron y recuperaron el aliento. El nene se reía y festejaba la travesura, agitando los brazos y el cuerpo en el regazo de su papá. Antes de entrar a la casa, miró hacia el aljibe y levantó su manito para saludar.


         A partir de aquel día fue colocado un precario alambrado en el cual se posaban los jilgueros y las mariposas.  Francisco no volvió por un tiempo a visitar a sus amigos. El aljibe había recuperado la alegría, abandonando el sentimiento de culpa que lo había atormentado desde hacía ochenta años cuando el más pequeño de los hijos de la familia Gutiérrez Vidal, en ese entonces dueña de casa, había muerto en un infortunado accidente resbalando y cayéndose  al pozo. 

Del libro Cuentos para despabilar el alma 


CUENTO: AMNESIA


“Spirit never die”

Despertó. El cimbronazo lo había dejado algo aturdido. Apenas podía abrir los ojos. Sintió la inmovilidad en su cuerpo y lo invadió una profunda  angustia. Estaba solo otra vez. Todo se teñía  de una difusa opacidad, en la cual navegaban los recuerdos confusos y rostros, ahora, desconocidos. Algo comenzó a recordar. Por fin. A lo lejos oyó una voz humana, como un zumbido. Un sonido, que le resultaba, dulcemente irresistible.  Casi seguro era la voz de una mujer. Su corazón se aceleró. ¿Es ella? Se preguntó.  Quiso gritar. No pudo. Tengo que esperar, tengo que esperar, repitió. Poco a poco, fue aquietándose. Otra vez la calma.  Pero esa voz… Prefirió dejarse arrullar por la melodía.  Parecía oírse cada más cerca, aunque no estaba seguro.  
-Tal vez no se acuerde de mí, es una lástima.
-Dentro de un tiempo, tal vez ya no pueda reconocerla...
El mar de emociones retornaba a la calma. Ella había pasado por el mismo proceso al llegar. Era inevitable, nadie podía atravesar el umbral sin aceptar las reglas. La antigua prohibición estaba dentro de las Leyes. Al parecer hasta el momento, ningún mortal se había atrevido a desafiarlas. Siguió cavilando sin llegar a ninguna conclusión.
De golpe otro dardo sagaz clavó la inquietud en su mente.
-¿Sabrá quien soy? Su pecho agitándose de nuevo intentaba responder. Va a ser distinto esta vez. Ya no seremos amantes. Será un amor distinto, le dijeron antes de partir.
 Todavía conservaba manojos de plácidos instantes, de las últimas veces.  Vivencias imborrables, selladas por siempre en su memoria.  No había sido  fácil despedirse en más de una oportunidad.  Pero siempre la promesa del retorno entibiaba la espera. Más de una vez volverían a encontrarse.  Eran parte de una misma esencia.  Tarde o temprano el juego se lanzaba una vez más. Y nunca era igual. 
-Bueno, bueno, no es hora  de  ponerse melancólico- se conformó en un intento de detener el oleaje que lo abordaba, como un prisma de vivencias nítidas que dejaba traslucir  los colores de toda una existencia. Horas, días, años compartidos, tallaban con ternura sus espíritus viajeros. Imágenes translúcidas se entrecortaban, en medio de una incontrolable vorágine de emociones. Algunas lágrimas se agolparon en sus ojos, empañando sus pupilas grises. En ese momento decidió dar un  viro a sus pensamientos y rodó hacia adelante en el tiempo.
Comenzó a soñar cómo sería su vida en esta vuelta. Supo que desarrollaría sus inclinaciones artísticas aún más de lo que lo había hecho antes, pero esta vez, se prometió, no sería tan bohemio.
-Arte, Libertad o Arte en Libertad...
Las palabras quedaron repicando como pensamientos sueltos en el aire, mientras, algunos garabatos traviesos se desprendían de sus manitas divertidas. Con  inocente picardía siguió chapoteando, navegante solitario, en medio del silencio. Recordó a Armstrong y Aldrin cuando pusieron un pie en la impávida luna.  Luego se apenó por Collins. Lo frustrado que lo habría dejado el hecho de no poder pisar  el suelo lunar.
-Alguno tenía que quedarse en la nave- pensó y se dio cuenta que su nave actual  era mucho más cómoda y sonrió. Sonrió como sólo las almas sabias lo hacen, pero sin mostrar los dientes. Al ratito nomás se dejó vencer por el sueño, exhausto por tanto movimiento. La certeza de que no faltaba mucho para  el retorno se hacía cada vez más perceptible.
Todo solía pasar más rápido que lo esperado. O al menos ésa era la sensación que a uno le quedaba.

Transcurridos tres meses el olvido se había acentuado. Lapso suficiente para que su cuerpo terminara de crecer y llegara el día de  nacer. Punto culminante del proceso que los dioses han perpetuado por eones. Pocos segundos antes de salir a la luz, un velo invisible, como una ráfaga silenciosa, suele apagar todo vestigio de memoria en la mente del pequeño humano. En la sala de parto se mueve una brisa, a la que nadie presta atención. Un tintineo de campanas en algún lugar del ambiente suele sorprender a parteras y doctores. Pero son cosas de las que nadie habla.

Así fue como, una mañana fresca de Setiembre, el pequeño Ezequiel asomó su cabecita al mundo y largó un sollozo desconsolado. Tal vez estaría preguntándose ¿Por qué,  otra vez, le habían robado la memoria?



N. de E:

            En unos manuscritos antiguos, de origen anónimo, hallados por arqueólogos ingleses en un templo abandonado a orillas del Ganges, alrededor de 1820, una desconocida sabiduría dejó el legado de su voz. Entre otras tantas revelaciones, se leía  que el principal motivo por el cual la criatura humana llora tanto al nacer es por un intento de rebelarse ante la Ley Divina, que no le permite recordar. Esto seguiría llevando al hombre a preguntarse por milenios: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? Asimismo podía leerse otra frase: «...Y llegará el día que ya no tengan que olvidar, porque vuestra mente estará en el Todo, será el Todo. Y verán en el Todo. Sin principio ni fin, estará ante vuestro ojos  la Verdad de  todas las vidas, para permanecer por los tiempos de los tiempos».  

Del libro: Cuentos para despabilar el alma (Adriana M. Alfonso)