...La verdad es que no tenemos por qué llorar a los muertos. ¿Por qué habríamos de hacerlo?
Están en un lugar donde no hay
sombras, oscuridad, soledad, aislamiento ni dolor.
Están en casa. Están con Dios, de
donde vinieron...
Anam Cara El libro de la Sabiduría
Celta
John O´Donhoue
La noche
viuda entrega su manto de terciopelo. Protectora, guía a las sombras que se
esparcen por doquier en el antiguo caserón colonial. Voces sordas y silencios
animados recorren el patio. Los baldosones, desdibujados por tantos años,
tienen sed de rocío. En un claro de luna, la figura del aljibe, estampa virtual
de un pasado remoto, se enaltece en la quietud. Por las hendijas de la persiana
de una de las habitaciones, la luz ya no se ve.
Morena y Santiago duermen. Ellos
desconocían la historia de la casa cuando la compraron, tres años atrás.
Desde que
visitaron Tandil por primera vez, sólo quisieron vivir allí. Adiós locura
urbana. Chau Buenos Aires. Cuando se instalaron, todo reverdeció en la vieja
morada. La vida y el color retornaron. El aire se contagió de olor a ternura,
de gozo de amantes recién casados. Y pronto fueron tres...
Es la hora
del ensueño. En medio del susurro de los grillos se oye una voz.
-¿Hola mi mohoso amigo? ¿Cómo estás? Era Francisquito
que estaba apoyado en el aljibe.
-Ho... hola -contestó el aljibe un tanto atónito. -¿Qué
hace usted aquí después de taanto?
-Podés
tutearme, Joshe -respondió el niño divertido, sentado en el borde, balanceando
sus piernas. -Seeñor, le he dicho muchas
veces que tengo nombre y apellido, no soy Joshe, a secas-
-¡Aahh!,
sí, perdón, no quise que te enojaras. Pero... ¿Cómo era? El aljibe contestó con
un tono serio y apesadumbrado: -Soy el
aljibe de la casa de la familia Gutiérrez Vidal.
-Uy
síiiii y yo soy Francisquito Gutiérrez Vidal... ¡no es para ponerse tan seriote,
mi amigo! y se oyó una carcajada.
-Señor, creo que usted está tratándome un tanto
socarronamente.-
-¿Socaquéeee? -preguntó el pequeño sin dejar de hacer muecas con la boca
y la lengua sobre el reflejo del agua.
-Bue, bue, bue, vayamos al asunto ¿Qué lo trae por aquí?
¿A estas horas?-
Francisco comenzó a explicar su inesperada visita.
-Verás, en el lugar donde vivo ahora no hay tiempo para dejar de jugar, nunca
es de noche, y está lleno de plazas, areneros,
payasos y juegos por todos lados. Las palomas, los canguros y los
delfines juegan con nosotros y hasta tengo un caballito de mar...-
-¡Qué
hermoso! -dijo el sorprendido anfitrión imaginando aquel mágico lugar.
-Pero, ¿entonces?-
-Lo que sucede es que tenía que venir, tenía que
venir...- repitió el niño.
Las
palabras se perdieron entre la brisa nocturna. Bajo la escalera de caracol,
Bufoso, el cachorro ovejero, dio tres vueltas y resopló antes de acurrucarse
sobre el trapo de piso. Después se quedó espiando de reojo la extraña
conversación. De repente, un chirrido.
La puerta del comedor que daba al patio quería abrirse. Mejor dicho, se estaba
abriendo. Se veían las manos de Nahuel
empujando con esfuerzo. Primero la puerta, luego el mosquitero y... lo logró.
Salió dando tumbos con sus pasos
tambaleantes. Una risa de júbilo se
esparció por el zaguán. Daaa da daaa. Miró el banquito de madera. Lo arrastró y
lo llevó como un carrito. Daaa da. Lo puso pegado al aljibe. Daaa dáa y se
trepó nomás. Nadie sabe cómo pero apareció paradito, justo en el borde.
Nahuel era
un pequeño revolucionario. Solía treparse con la silla a la cocina tratando de
encender la hornalla con el chispero. Más de una vez fue sorprendido antes de
saltar por la ventana hacia el patio, después de haberse subido a la mesada. O
lo habían encontrado sacando todos los cubiertos de los cajones. Tal vez podría
intentar probar el gusto de las monedas, los botones o cualquier otro elemento
a su alcance que fuera digno de llevarse a la boca. Buscador incansable de
aventuras, ya una vez se había fracturado un brazo, hacía tres meses, por
querer pasar de su silla al sillón que estaba a un metro y medio de distancia.
Justo el día que cumplía un dos años.
Pero eso no lo detuvo, cuando lo trajeron de la clínica con el yesito
andaba correteando por todos lados, dándose nuevos porrazos.
En medio
de la monotonía del ambiente nocturno, Nahuel estaba dando un concierto de
entrecasa. Manoteaba el balde de chapa que estaba apoyado boca abajo en el
brocal. Los brazos invisibles de Francisquito sostenían al chico para que no
cayera. Lo tuvo así hasta que fue
rescatado. Bufoso, que desesperado no paraba de ladrar, e iba de un lado a otro
del patio, hizo, junto con el barrullo,
que los padres se despertaran.
Cuando Santiago llegó y vio la escena, se
quedó mudo y pálido como su camiseta. Las gotas de sudor comenzaron a bajar por
sus sienes. Detrás llegó Morena, que casi se desmaya. Lanzó un grito ahogado: Nahue...
-Shhhhh, no,
no mi amor, se puede asustar- recomendó el padre.
-¿Qué hacéemooosss?-
-Esperá... yo me encargo, tranquila - dijo
Santiago mientras iba acercándose
despacito. Nahuel seguía entretenido con su ruidosa sinfonía. Miraba a los
papás y sonreía. Daaa Da
-¡Hoola bebé! Vení con papi- dijo Santiago
acercándose como una pluma y estirando los brazos. El pequeñín no se resistió. ¡Ahhhhhh...
ya, ya, ya te tengo mi amor! En ese momento Francisquito lo soltó. Todos
respiraron y recuperaron el aliento. El nene se reía y festejaba la travesura,
agitando los brazos y el cuerpo en el regazo de su papá. Antes de entrar a la
casa, miró hacia el aljibe y levantó su manito para saludar.
A partir
de aquel día fue colocado un precario alambrado en el cual se posaban los
jilgueros y las mariposas. Francisco no
volvió por un tiempo a visitar a sus amigos. El aljibe había recuperado la
alegría, abandonando el sentimiento de culpa que lo había atormentado desde
hacía ochenta años cuando el más pequeño de los hijos de la familia Gutiérrez
Vidal, en ese entonces dueña de casa, había muerto en un infortunado accidente
resbalando y cayéndose al pozo.
Del libro Cuentos para despabilar el alma
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