domingo, 16 de octubre de 2016

Tatita (siguiente cuento de los rescatados del antiguo arcón blog Cuentos en Sincronía)



Tatita

Uno no se conoce a sí mismo hasta que atrapa el reflejo
de otros ojos que no sean humanos.-
Loren Eiseley (antropólogo)
La llegada

El viaje a la Pampa vaya si nos cambió la vida.
Nunca imaginé que la visita a la hacienda de Tia Juana contribuyera aun más al crecimiento de nuestra familia, por entonces ya numerosa. Cuando Tatita llegó a nuestra casa ni siquiera vislumbrábamos lo que se traería bajo el poncho de plumas…
En eso siempre nos distinguimos de nuestros vecinos, que solían mirarnos con un dejo de desconfianza. Además de perro y gato, como Dios manda, en casa contábamos en ese entonces con un lagarto overo, iguana, un jaulón con pájaros de distinta extirpe, tortuga y una cotorra muy mañosa que, por caprichos de Matilde, mi hija menor, andaba paseando sus patitas sobre la alfombra del comedor y empeñada en adueñarse de la sala de estar.
Hasta allí podía ser tolerable.
La complicidad entre Matilde y Belisario, mi esposo, para convertir a nuestra tranquila morada en un refugio para todo tipo de bestia salvaje llegó al colmo cuando a mi niña le atacó el síndrome de Harry Potter. Fue un temor que en mi se suscitó desde ésa vez que vimos la primera de la saga.
Como dicen, todo lo que uno teme termina convirtiendose en realidad.
En aquel verano decidimos pasar unos dias en la Estancia de mi Tia Juana, donde Matilde, Lila, la mayor y Belisario desaparecían, apenas pasado el desayuno. Se lanzaban por el campo en interminables excursiones a pie, o en cabalgatas desmesuradas que me sacaban de quicio. A veces los acompañaba, por un rato. Nunca tuve tanta pasión por la vida natural. Prefería, entonces, quedarme en la hacienda con la tía, que se desvivía por darme las últimas recetas de dulces caseros y postres exóticos con frutos del lugar.
Lila lo había comentado en el auto, de viaje a la Estancia. Casi quedó confirmado el asunto la mañana que, pasando por la habitación donde dormían mis hijas,  escuché, al desliz, una extraña conversación.
– ¿Cómo podés pensar en brujas? Esas son ideas del medioevo nena. La ciencia hoy día está muy lejos de toda esa fruslería.
– ¡Ay! ¡La ciencia, la ciencia! Bastante tengo con la escuela para que me vengas a hablar de ciencia y de… Oíme ¿qué tiene que ver la frutería en todo esto?
– Fruslería, uf… ¡Para qué te voy a explicar!
– Sí mejor, no me expliques. ¡Ya vas a ver cuando la tenga y me convierta en una poderosa hechicera! Buuu… Mmm gato negro ya tengo, sapos tengo, en el jardín…
– Nena, esas películas te están afectando muy mal… exclamó Lila convencida.
A lo que Mati, ni corta ni perezosa respondió – ¿Y a vos? La facu y tu ciencia te están lavando el cerebro…
– Si claaro, porque tener una lechuza es algo muuy normal…
¿Lechuza? Repetí para mis adentros.
– Hola, ¿Interrumpo? dije, ingresando a su cuarto de sopetón.
-Chicas, son las once. ¿Hoy no piensan desayunar?
-Si, ya vaaamos, me contestaron al unísono, todavía con las sábanas hasta el cuello.
Miré el desorden de la habitación y me resigné al pueril desgano que asedia a la juventud de nuestros tiempos.
Tatita llegó esa misma tarde.
Después de un almuerzo frugal un pavoroso cuchicheo se esparció por la casa. Belisario y las chicas iban y venían como fantasmas, hasta que salieron juntos, poco después. Las tres figuras se alejaron a pie por el monte. Literalmente desaparecieron.
Al rato, antes que caiga el sol oí el chirrido de la tranquera. La puerta del comedor se abrió, e instintivamente miré.
Era un bodoque en el que, contenido, asomaban unas plumitas blancuzcas. Distinguí con esfuerzo la cara del bicho.
La actitud sería la misma que tendría por el resto de nuestra convivencia. Escrutándome, con esos ojazos negros, de par en par, abiertos al infinito.
Alguien alcanzó a decir: – ¡Es que estaba solita! Parecía abandonada.¡Pobrecitaa!
Ahí me di cuenta que la criatura venía envuelta en el pulover de Belisario,  y que el mismo la acunaba como un bebé.
– ¡Mirá lo que hiciste con el pulóver nuevo! – agarrándome la cabeza.
-¿No es hermosa? Insistió Lila.
Tia Juana me miró de reojo y se dio cuenta de mi cara.
–     Nené ¡qué importa el pulóver! dijo y largó una sonora carcajada, haciendo temblar el caserón con su panza de globo terráqueo. Luego nos contó la historia de las lechuzas vizcacheras. De cómo, llegada la edad, son echadas del nido por sus padres para que asuman su vida de adultos. A todos se nos hizo un nudo en la garganta.
Tatita había hallado un nuevo hogar. Aunque a mí me dominaba un pálpito.

La visita

La puerta de su casa estaba abierta. El cielo de diamante, encarcelado en el marco de la puerta, atesoraba estrellas. Al trasluz, una figura bajo el dintel. La mujer se adelantó. Un rostro níveo, indefinido se reflejaba bajo la lumbre. La miraba apacible, espectante. Es cierto que no era un ángel, pero podía serlo.
La cabellera, fundida con la noche. Algo que la mujer llevaba en el pecho llamó la atención de Nené. Un brillo metálico, áureo emitía un haz hacia el ambiente. Casi no se podía distinguir su boca. Todo estaba en sus enormes perlas negras. Esos ojos, de par en par, abiertos al infinito.
– ¿Quién sos? Preguntó Nené y se escuchó el silbido del viento.  Se persignó.
– Sabes muy bien quién soy – escuchó en su cabeza.
– Eres…
– Nené, el tiempo es un animal escurridizo…
– ¿Cómo sabes mi nombre?
La mujer del halo parecía sonreir con la mirada.
–       Conozco todo de ti –
–       Es extraño pero tu rostro me suena familiar.
–       En cierta forma es así. Existen múltiples niveles de existencia …
–       ¿Qué es todo esto? ¿A qué viniste?
Un haz dorado creció invadiéndolo todo y la risa se esparció por el aire en un tintineo. En el fondo la música sonaba a violines. La sala se fue fundiendo y, en su lugar, algo similar a una pantalla cinematográfica mostraba una escena. Se trataba de una especie de atelier.
Nené vio a otra Nené. Parada frente a un mural colorido. La “otra” esgrimía el pincel, regodeandose entre los tonos y texturas de la paleta que sostenía en su otra mano, como en las antiguas épocas de estudiante de bellas artes…
– Hay una voz que grita adentro tuyo. La frase resonó con un eco y todo se extinguió volviendo a la habitación.
¿Eres feliz? Preguntó apacible la mujer del halo dorado.
–       ¿Cómo que si soy feliz?
–       ¡Qué pregunta es ésa! ¡Síiiii, soy feliiiiz, soy feliiiiz! ¡Siiiiiii, lo soyyyyy…!
–       ¡Nené, Nenéee, despertáte! ¡Tranquila! No grités más. Es sólo un sueño…la voz de Belisario apaciguándola. Un trueno quebró la madrugada…
Ese fue el primero de mis sueños. A la mañana siguiente, ni bien me levanté fui a ver a la lechuza. Ahí estaba, espectante. Parecía sonreirme con la mirada.

El desenlace

Habíamos vuelto de la estancia, a nuestro ritmo cotidiano. Tatita ya había dejado de ser el centro de atención para todos, menos para mí. Belisario todo el día en el taller mecánico. Las chicas cada una preocupada en sus estudios.
Yo, como siempre, en casa…
Daba la impresión que nada se había salido de su cauce, excepto la presencia de Tatita en el comedor, presencia que todo lo abarcaba a pesar de tratarse de un ave pequeña.
Lo del nombre lo acordamos entre todos en honor a Doña Clodomira, mi suegra, que en paz descanse, con la cual el bicho atesoraba un parecido indiscutible.
Aquel sueño me había dejado perturbada. Más tarde la actitud  del gato me inquietó aún más. Al principio lo vigilaba para que Tatita no se convirtiera en un bocado. La cotorra, en cambio, sabía defendenrse y nuestro viejo felino sucumbía frente a los picotazos.
Tatita, en cambio, era un juguete nuevo. Sobre todo por los sonidos que emitía por las noches. Cierta vez los espié detrás de una cortina. El gato revivía encolerizado frente al palo donde Tatita, inmovil, lo observaba. Hasta que en un momento se quedaba tieso. Miránbase el uno al otro. En un rictus marmóreo permanecían así indefinidamente. Me dio la sensación que entre ellos había un diálogo. En algun momento el michi se alejaba directo al sillón, volviendo a convertirse en ese almohadón redondo que todos adorábamos. Una suerte de ritual que cada día se repetía. Aunque hubiera sido una buena excusa para deshacernos del búho, tuve la certeza de que el gato nunca significaría un peligro real para su vida.
El mismo sueño se fue repitiendo, cada tanto, hasta hacerse cotidiano. Una pesadilla inacabable que me perseguía y me perseguía. Al tiempo, crecía mi perturbación. Belisario hasta se había resignado a mandarme al psicólogo. Se hizo notorio un cambio en mi carácter. Vivía ofuscada, apática, irascible. De la depresión a la euforia en un santiamén. Hubiera jurado que en el momento menos pensado sacaría un alien de mis extrañas.
La casa era una montaña sobre mis hombros, casi una estructura carcelaria. Comencé a observar que si no cocinaba, todos los días, alguien podía hacerlor por mí. El mundo no  caía a pedazos si yo no estaba detrás de la limpieza. Las chicas empezaron a desconcertarse. Ya no las regañaba para que ordenen sus cuartos. Todo se había convertido en un Laissez faire, laissez passer…
Belisario ya empezaba a mirarme con otros ojos. La situación iba tornándose insostenible.
Hasta que una mañana, me desperté con la claridad del día.
Sentí un bienestar inusitado. Me habían vuelto las ganas de vivir.
Mi esposo roncaba, todavía. Pegué un salto de la cama y en un impulso abrí la ventana. No me equivoqué. La ví volando, alejándose. Me pareció que en algún momento se volvió. Sus enormes perlas negras abiertas al infinito brillaban como estrellas.
Apenas saludé.
Al rato, después de un baño perfumado saqué del ropero mi mejor vestido. Usé unos cosméticos de mis hijas para maquillarme y  salí por la puerta de calle.
Ya en la vereda, me cruzé con la vecina de enfrente que me miró de arriba abajo como si hubiera visto al diablo. La saludé y dije – ¡Lindo día! ¿No? Y me alejé hacia los suburbios en busca de un buen atril, un lienzo y algunos pinceles.



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