Escritora free - El ático de mis letras - Cuentos, microcuentos, relatos e historias con cuerpo y alma
sábado, 18 de abril de 2015
sábado, 11 de abril de 2015
CUENTO: PACTO DE ALMAS
...La verdad es que no tenemos por qué llorar a los muertos. ¿Por qué habríamos de hacerlo?
Están en un lugar donde no hay
sombras, oscuridad, soledad, aislamiento ni dolor.
Están en casa. Están con Dios, de
donde vinieron...
Anam Cara El libro de la Sabiduría
Celta
John O´Donhoue
La noche
viuda entrega su manto de terciopelo. Protectora, guía a las sombras que se
esparcen por doquier en el antiguo caserón colonial. Voces sordas y silencios
animados recorren el patio. Los baldosones, desdibujados por tantos años,
tienen sed de rocío. En un claro de luna, la figura del aljibe, estampa virtual
de un pasado remoto, se enaltece en la quietud. Por las hendijas de la persiana
de una de las habitaciones, la luz ya no se ve.
Morena y Santiago duermen. Ellos
desconocían la historia de la casa cuando la compraron, tres años atrás.
Desde que
visitaron Tandil por primera vez, sólo quisieron vivir allí. Adiós locura
urbana. Chau Buenos Aires. Cuando se instalaron, todo reverdeció en la vieja
morada. La vida y el color retornaron. El aire se contagió de olor a ternura,
de gozo de amantes recién casados. Y pronto fueron tres...
Es la hora
del ensueño. En medio del susurro de los grillos se oye una voz.
-¿Hola mi mohoso amigo? ¿Cómo estás? Era Francisquito
que estaba apoyado en el aljibe.
-Ho... hola -contestó el aljibe un tanto atónito. -¿Qué
hace usted aquí después de taanto?
-Podés
tutearme, Joshe -respondió el niño divertido, sentado en el borde, balanceando
sus piernas. -Seeñor, le he dicho muchas
veces que tengo nombre y apellido, no soy Joshe, a secas-
-¡Aahh!,
sí, perdón, no quise que te enojaras. Pero... ¿Cómo era? El aljibe contestó con
un tono serio y apesadumbrado: -Soy el
aljibe de la casa de la familia Gutiérrez Vidal.
-Uy
síiiii y yo soy Francisquito Gutiérrez Vidal... ¡no es para ponerse tan seriote,
mi amigo! y se oyó una carcajada.
-Señor, creo que usted está tratándome un tanto
socarronamente.-
-¿Socaquéeee? -preguntó el pequeño sin dejar de hacer muecas con la boca
y la lengua sobre el reflejo del agua.
-Bue, bue, bue, vayamos al asunto ¿Qué lo trae por aquí?
¿A estas horas?-
Francisco comenzó a explicar su inesperada visita.
-Verás, en el lugar donde vivo ahora no hay tiempo para dejar de jugar, nunca
es de noche, y está lleno de plazas, areneros,
payasos y juegos por todos lados. Las palomas, los canguros y los
delfines juegan con nosotros y hasta tengo un caballito de mar...-
-¡Qué
hermoso! -dijo el sorprendido anfitrión imaginando aquel mágico lugar.
-Pero, ¿entonces?-
-Lo que sucede es que tenía que venir, tenía que
venir...- repitió el niño.
Las
palabras se perdieron entre la brisa nocturna. Bajo la escalera de caracol,
Bufoso, el cachorro ovejero, dio tres vueltas y resopló antes de acurrucarse
sobre el trapo de piso. Después se quedó espiando de reojo la extraña
conversación. De repente, un chirrido.
La puerta del comedor que daba al patio quería abrirse. Mejor dicho, se estaba
abriendo. Se veían las manos de Nahuel
empujando con esfuerzo. Primero la puerta, luego el mosquitero y... lo logró.
Salió dando tumbos con sus pasos
tambaleantes. Una risa de júbilo se
esparció por el zaguán. Daaa da daaa. Miró el banquito de madera. Lo arrastró y
lo llevó como un carrito. Daaa da. Lo puso pegado al aljibe. Daaa dáa y se
trepó nomás. Nadie sabe cómo pero apareció paradito, justo en el borde.
Nahuel era
un pequeño revolucionario. Solía treparse con la silla a la cocina tratando de
encender la hornalla con el chispero. Más de una vez fue sorprendido antes de
saltar por la ventana hacia el patio, después de haberse subido a la mesada. O
lo habían encontrado sacando todos los cubiertos de los cajones. Tal vez podría
intentar probar el gusto de las monedas, los botones o cualquier otro elemento
a su alcance que fuera digno de llevarse a la boca. Buscador incansable de
aventuras, ya una vez se había fracturado un brazo, hacía tres meses, por
querer pasar de su silla al sillón que estaba a un metro y medio de distancia.
Justo el día que cumplía un dos años.
Pero eso no lo detuvo, cuando lo trajeron de la clínica con el yesito
andaba correteando por todos lados, dándose nuevos porrazos.
En medio
de la monotonía del ambiente nocturno, Nahuel estaba dando un concierto de
entrecasa. Manoteaba el balde de chapa que estaba apoyado boca abajo en el
brocal. Los brazos invisibles de Francisquito sostenían al chico para que no
cayera. Lo tuvo así hasta que fue
rescatado. Bufoso, que desesperado no paraba de ladrar, e iba de un lado a otro
del patio, hizo, junto con el barrullo,
que los padres se despertaran.
Cuando Santiago llegó y vio la escena, se
quedó mudo y pálido como su camiseta. Las gotas de sudor comenzaron a bajar por
sus sienes. Detrás llegó Morena, que casi se desmaya. Lanzó un grito ahogado: Nahue...
-Shhhhh, no,
no mi amor, se puede asustar- recomendó el padre.
-¿Qué hacéemooosss?-
-Esperá... yo me encargo, tranquila - dijo
Santiago mientras iba acercándose
despacito. Nahuel seguía entretenido con su ruidosa sinfonía. Miraba a los
papás y sonreía. Daaa Da
-¡Hoola bebé! Vení con papi- dijo Santiago
acercándose como una pluma y estirando los brazos. El pequeñín no se resistió. ¡Ahhhhhh...
ya, ya, ya te tengo mi amor! En ese momento Francisquito lo soltó. Todos
respiraron y recuperaron el aliento. El nene se reía y festejaba la travesura,
agitando los brazos y el cuerpo en el regazo de su papá. Antes de entrar a la
casa, miró hacia el aljibe y levantó su manito para saludar.
A partir
de aquel día fue colocado un precario alambrado en el cual se posaban los
jilgueros y las mariposas. Francisco no
volvió por un tiempo a visitar a sus amigos. El aljibe había recuperado la
alegría, abandonando el sentimiento de culpa que lo había atormentado desde
hacía ochenta años cuando el más pequeño de los hijos de la familia Gutiérrez
Vidal, en ese entonces dueña de casa, había muerto en un infortunado accidente
resbalando y cayéndose al pozo.
Del libro Cuentos para despabilar el alma
Etiquetas:
alegoría,
alma,
angeles,
autoayuda,
autosuperación.,
espiritual,
fantasía,
historias,
libro,
literario,
reencarnación,
relatos
Ubicación:
Argentina, Buenos Aires
CUENTO: EL MISTERIOSO CASO DEL SUICIDIO CON FINAL FELIZ
¡Qué camino el mío, sin embargo! ¡Cuánta
estupidez, cuánto vicio, cuántos errores, disgustos,
dolores y desilusiones he tenido que
soportar sólo para volver a ser un niño
y poder empezar de nuevo!
Siddharta - Herman Hesse
Por aquel
entonces recién me había mudado a Caballito. Vivía en un pequeño departamento,
con un antiguo balcón francés que daba
la calle. Siempre viví en casa de departamentos, en lo posible alto y que
tuviera una vista que me pudiera permitir llevar a cabo la parte que más me
gusta de mi profesión. Hace años que me dedico a la fotografía, y en aquel momento
trabajaba para una empresa de fiestas y eventos. Pero, por supuesto, como
cualquier fotógrafo que se precie, me fascina captar los sucesos y cosas que
casi nadie puede ver; lo insólito de la gente y lo que dura tan sólo los
segundos que puede llevar apretar un disparador. Mi nombre es Richard, aunque eso poco
importa. Quien se entere de estos hechos que voy a narrar, pensará tal
vez, aunque no lo diga, que mi delirio
ha tomado oscuras dimensiones, pero lo cierto es que puedo probar todo lo que
digo y a cualquiera que piense que estoy loco lo invito a que vea las fotos que
aún conservo en mi poder.
Como decía antes, fue en 1985
cuando me mudé a aquel barrio. No soy de comunicarme demasiado con la gente,
más bien quienes me conocen me tildan de solitario. Por esa época lo era aún
más. A los pocos días de estar en ese antiguo edificio me enteré de la
existencia de un hombre del que todo el mundo hablaba. En el ascensor cuando
bajaba, ya al día siguiente de haberme mudado, oí los primeros comentarios de
dos vecinas, chancletudas, de ojos saltones, pañuelo colorido y ruleros, que
parecían hermanas. Chusmerío barato, pensé. Grande fue mi sorpresa
cuando el mismísimo portero, quien podía ser parco pero tenía un mote de serio,
me hizo el comentario. -¿Se enteró lo del hombre de décimo A del edificio de
la esquina?
-No... -contesté yo sin darle tanta importancia, pero mirándolo a la cara y con
expresión de interés, para no ser descortés.
Y ahí mismo, y
contra mi voluntad pasó a contarme un relato, que por supuesto yo no creí una
sola palabra, pero no puedo negar que desde ese preciso instante el bicho inquieto de la curiosidad comenzó a
crecer dentro de mí.
Al parecer
este buen señor, del que todos hablaban,
decía haber descubierto cómo ser inmortal, y aducía no tener
inconveniente alguno en enseñarle, a quien lo deseara y estuviera dispuesto,
cómo lograr semejante capacidad. Según los dichos del portero, se trataba de un
hombre que aparentaba tener unos cuarenta años, y digo aparentaba porque los que
afirmaban conocerlo decían que tenía más de sesenta. El no era de contar su edad.
Era un tipo extraño, no se metía con la gente, ni hablaba de cosas
vanas, sino que se permitía conversar con cualquiera que él considerara, según
datos que reuní posteriormente. Pero lo más escabroso del tema sería que al día
siguiente iba a demostrarle a todo quien se atreviera a ser testigo que lo que
él decía no se trataba de puras invenciones, sino que era tan real como el aire
que respiramos. Su método, tal vez poco ortodoxo, consistiría en tirarse desde
el balcón de su casa a la vereda, asegurando que no recibiría más que algunos magullones. Al
escuchar semejante barbaridad me reí. A Don Ceferino, nuestro encargado, no le causó
mucha gracia. Le dije que me parecía una locura y que tal vez se trataría de
algún desquiciado de esos que no faltan nunca... Él me hizo un gesto y se
encogió de hombros. Me pareció extraño que este hombre diera tanto crédito a
tan fantasiosa historia. No lo voy a negar, pero dudé también de su
estado mental. Recuerdo que, mientras subía por el ascensor, no dejé de
apenarme por la gente en general. Parecía que la magnitud de la crisis los iba
llevando a todos a tristes estados de
fabulación crónica. Ese día subí a mi
departamento y el tema duró en mi mente
hasta que traspuse la puerta de entrada de la sala. Juro que esa noche no
pensé siquiera una vez en el asunto ni en
el hombre. A la mañana siguiente, el día en que sucedería el publicitado
suicidio, salí corriendo de casa porque estaba retrasado. Hasta hoy tengo el
recuerdo de la sonrisa del tipo, que en mi apuro, me llevé por delante. Era un
hombre alto, de aspecto nórdico. Me miró
con sus ojos profundos y me sonrió, sin dar importancia a mi arrebato. Seguí
caminando, sin darme vuelta, pero enseguida supe que se trataba de él. No me
pregunten cómo. También tuve la sensación de que, en lo que duró el suceso, algo me estaba
diciendo y no con los labios. Pero no estoy seguro... Yo no soy de creer en
nada que no vea. Y por eso esa tarde me aposté diez minutos antes de las cinco,
prismáticos en mano, en mi balcón para observar. Preparé mi teleobjetivo, y la
cámara que usaba en aquellos tiempos. Cada tanto pensaba que me había atacado
la morbosidad, ya que observar a alguien que iría a arrollarse contra la acera
no era de mentes sanas. ¿Pero, y si era verdad? Si no me hubiera cruzado esa
mañana misma con él, tal vez jamás habría estado allí, sentado y
esperando con mi cámara. Un desconocido impulso se había adueñado de mí y
deseaba fotografiar el instante preciso en que él caería...
Creo que
yo también estoy delirando..., me dije, poco antes de que el
reloj diera las cinco de la tarde, hora en que el infortunado hombre había
prefijado para su inverosímil hazaña. Obviamente habían llegado varios medios de comunicación con cámaras y la
policía, quienes, con un altoparlante y la brigada especial para esos casos,
intentaban convencerlo para que no lo hiciera. Pues, a pesar de todos, ya el
hombre estaba allí, parado en su balcón y sonriente... Multitud de gentes se
habían reunido en la calle. Yo veía algunos conocidos. Cerca de la esquina
estaba don Ceferino. Más atrás estaban las viejas, vecinas mías y otros más que
había visto en las inmediaciones. Cuando lo vi que comenzaba a moverse, me acomodé.
Sí, no les voy a negar que estaba nervioso, quizá más que él. El corazón
parecía salírseme por la boca y me corría electricidad por el cuerpo. Pero la
práctica de mi profesión me había enseñado a obtener fotos, aun bajo
condiciones emocionales desfavorables. Tal vez se preguntarán por qué estaba yo
tan nervioso, siendo que si bien podía ser testigo de un suicidio, el hombre
me era por completo extraño. A la vez, y esto me da cierto prurito confesarlo, había
algo que de pronto me había comenzado a acercar a él, una sensación, un
sentimiento que hasta hoy no puedo explicar y que había empezado a asaltarme
desde que lo había visto en la mañana. ¿Compasión? ¿Afecto? No lo sé. Tal vez
admiración por su valor. No, no para suicidarse sino por atreverse a decir lo
que él creía y pensaba de las cosas y del mundo, aunque nadie lo entendiera.
Porque la supuesta inmortalidad no sería
su único don, según me habían contado,
puesto que hablaba de todas las cosas desde un concepto diferente que la
gente no entendía. En ese entonces, yo que me sentía un fracasado, no era capaz
de enfrentarme a mí mismo para decirme siquiera la verdad en muchos aspectos de
mi vida de aquellos años. Aspectos que no detallaré porque forman parte de mi
privacidad. Así como tampoco me encontraba de acuerdo en cómo funcionaba todo
en esta sociedad, pero jamás me había animado a cuestionarlo. Tal vez, seguía
como una oveja, acatando para no perder mi empleo, siendo poco coherente con
mis principios y mis deseos. Y ahí estaba, ese desconocido, que aunque a
la vista de todos no podría atribuírsele gran cordura por su actuar, parecía ser fiel a lo que él creía. Admito
que me había dado vuelta la cabeza el incidente, y debo decir, casi como un
testimonio, que sé que algo sucedió en
mi vida desde aquel momento. No puedo asegurar qué con exactitud. Pero todo se me trastocó y desde aquel día ya no
soy el mismo. Conservo las fotos, ya un poco amarillentas por el paso del
tiempo, que tomé en los escasos minutos
que duró el suceso, junto al recorte de
la noticia en el diario que dice: Ayer
por la tarde, multitud de vecinos del
barrio de Caballito fueron testigos de un hecho increíble. Un hombre se tiró
desde el balcón de un décimo piso, al parecer intentando suicidarse, en la
intersección de las calles Sampedrito y Cuba, de
dicha localidad capitalina. Médicos forenses y otros profesionales idóneos han
realizado numerosos estudios al sujeto,
protagonista del hecho, coincidiendo
todos que el hombre ha sufrido tan sólo lesiones leves. Los expertos no se
explican cómo ha sobrevivido a la caída.
Científicos de distintas áreas y zonas del país
habrán de estudiar el caso ya que no existe una explicación, desde la
ciencia, para este hecho. “Clarín”, 28 de Octubre de 1985.
En estas
fotos se puede ver su rostro. ¿Ven? Su mirada parecía estar en calma al momento
de lanzarse. Increíble, ¿no es cierto?
Aquí hay otras, donde se levanta después del caer estrepitoso sobre el
asfalto. Se le ven apenas unos raspones en la cara. Según me contaron después,
los cortes en el rostro y los brazos duraron tan sólo unos minutos. Ante los
ojos de todos los presentes se le iban cerrando. Y estas otras,
juro que no se las he mostrado a nadie porque develaría su secreto. Son
varias que he tomado mientras iba cayendo, atravesando el vacío. Es que en
ellas puede verse, casi como una sombra pálida, el recorte de unas alas...
Del libro Cuentos para despabilar el Alma
CUENTO: AMNESIA
“Spirit never die”
Despertó. El cimbronazo lo había dejado
algo aturdido. Apenas podía abrir los ojos. Sintió la inmovilidad en su cuerpo
y lo invadió una profunda angustia.
Estaba solo otra vez. Todo se teñía de
una difusa opacidad, en la cual navegaban los recuerdos confusos y rostros,
ahora, desconocidos. Algo comenzó a recordar. Por fin. A lo lejos oyó una voz
humana, como un zumbido. Un sonido, que le resultaba, dulcemente
irresistible. Casi seguro era la voz de
una mujer. Su corazón se aceleró. ¿Es
ella? Se preguntó. Quiso gritar. No
pudo. Tengo que esperar, tengo que
esperar, repitió. Poco a poco, fue aquietándose. Otra vez la calma. Pero esa voz… Prefirió dejarse arrullar por
la melodía. Parecía oírse cada más cerca,
aunque no estaba seguro.
-Tal vez no se acuerde de mí, es una
lástima.
-Dentro de un tiempo, tal vez ya no pueda
reconocerla...
El mar de emociones retornaba a la calma.
Ella había pasado por el mismo proceso al llegar. Era inevitable, nadie podía
atravesar el umbral sin aceptar las reglas. La antigua prohibición estaba
dentro de las Leyes. Al parecer hasta el momento, ningún mortal se había
atrevido a desafiarlas. Siguió cavilando sin llegar a ninguna conclusión.
De golpe otro dardo sagaz clavó la
inquietud en su mente.
-¿Sabrá quien soy? Su pecho agitándose de
nuevo intentaba responder. Va a ser distinto esta vez. Ya no seremos amantes.
Será un amor distinto, le dijeron antes de partir.
Todavía conservaba manojos de plácidos
instantes, de las últimas veces.
Vivencias imborrables, selladas por siempre en su memoria. No había sido
fácil despedirse en más de una oportunidad. Pero siempre la promesa del retorno entibiaba
la espera. Más de una vez volverían a encontrarse. Eran parte de una misma esencia. Tarde o temprano el juego se lanzaba una vez
más. Y nunca era igual.
-Bueno, bueno, no es hora de
ponerse melancólico- se conformó en un intento de detener el oleaje que
lo abordaba, como un prisma de vivencias nítidas que dejaba traslucir los colores de toda una existencia. Horas,
días, años compartidos, tallaban con ternura sus espíritus viajeros. Imágenes
translúcidas se entrecortaban, en medio de una incontrolable vorágine de
emociones. Algunas lágrimas se agolparon en sus ojos, empañando sus pupilas
grises. En ese momento decidió dar un
viro a sus pensamientos y rodó hacia adelante en el tiempo.
Comenzó a soñar cómo sería su vida en
esta vuelta. Supo que desarrollaría sus inclinaciones artísticas aún más de lo
que lo había hecho antes, pero esta vez, se prometió, no sería tan bohemio.
-Arte, Libertad o Arte en Libertad...
Las palabras quedaron repicando como
pensamientos sueltos en el aire, mientras, algunos garabatos traviesos se
desprendían de sus manitas divertidas. Con
inocente picardía siguió chapoteando, navegante solitario, en medio del
silencio. Recordó a Armstrong y Aldrin cuando pusieron un pie en la impávida
luna. Luego se apenó por Collins. Lo
frustrado que lo habría dejado el hecho de no poder pisar el suelo lunar.
-Alguno tenía que quedarse en la nave-
pensó y se dio cuenta que su nave actual
era mucho más cómoda y sonrió. Sonrió como sólo las almas sabias lo
hacen, pero sin mostrar los dientes. Al ratito nomás se dejó vencer por el
sueño, exhausto por tanto movimiento. La certeza de que no faltaba mucho
para el retorno se hacía cada vez más
perceptible.
Todo solía pasar más rápido que lo
esperado. O al menos ésa era la sensación que a uno le quedaba.
Transcurridos tres meses el olvido se
había acentuado. Lapso suficiente para que su cuerpo terminara de crecer y
llegara el día de nacer. Punto
culminante del proceso que los dioses han perpetuado por eones. Pocos segundos
antes de salir a la luz, un velo invisible, como una ráfaga silenciosa, suele
apagar todo vestigio de memoria en la mente del pequeño humano. En la sala de
parto se mueve una brisa, a la que nadie presta atención. Un tintineo de
campanas en algún lugar del ambiente suele sorprender a parteras y doctores.
Pero son cosas de las que nadie habla.
Así fue como, una mañana fresca de
Setiembre, el pequeño Ezequiel asomó su cabecita al mundo y largó un sollozo
desconsolado. Tal vez estaría preguntándose ¿Por qué, otra vez, le habían robado la memoria?
N. de E:
En unos manuscritos
antiguos, de origen anónimo, hallados por arqueólogos ingleses en un templo
abandonado a orillas del Ganges, alrededor de 1820, una desconocida sabiduría
dejó el legado de su voz. Entre otras tantas revelaciones, se leía que el principal motivo por el cual la
criatura humana llora tanto al nacer es por un intento de rebelarse ante la Ley
Divina, que no le permite recordar. Esto seguiría llevando al hombre a
preguntarse por milenios: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?
Asimismo podía leerse otra frase: «...Y llegará el día que ya no tengan que
olvidar, porque vuestra mente estará en el Todo, será el Todo. Y verán en el
Todo. Sin principio ni fin, estará ante vuestro ojos la Verdad de
todas las vidas, para permanecer por los tiempos de los tiempos».
Suscribirse a:
Entradas (Atom)