“Spirit never die”
Despertó. El cimbronazo lo había dejado
algo aturdido. Apenas podía abrir los ojos. Sintió la inmovilidad en su cuerpo
y lo invadió una profunda angustia.
Estaba solo otra vez. Todo se teñía de
una difusa opacidad, en la cual navegaban los recuerdos confusos y rostros,
ahora, desconocidos. Algo comenzó a recordar. Por fin. A lo lejos oyó una voz
humana, como un zumbido. Un sonido, que le resultaba, dulcemente
irresistible. Casi seguro era la voz de
una mujer. Su corazón se aceleró. ¿Es
ella? Se preguntó. Quiso gritar. No
pudo. Tengo que esperar, tengo que
esperar, repitió. Poco a poco, fue aquietándose. Otra vez la calma. Pero esa voz… Prefirió dejarse arrullar por
la melodía. Parecía oírse cada más cerca,
aunque no estaba seguro.
-Tal vez no se acuerde de mí, es una
lástima.
-Dentro de un tiempo, tal vez ya no pueda
reconocerla...
El mar de emociones retornaba a la calma.
Ella había pasado por el mismo proceso al llegar. Era inevitable, nadie podía
atravesar el umbral sin aceptar las reglas. La antigua prohibición estaba
dentro de las Leyes. Al parecer hasta el momento, ningún mortal se había
atrevido a desafiarlas. Siguió cavilando sin llegar a ninguna conclusión.
De golpe otro dardo sagaz clavó la
inquietud en su mente.
-¿Sabrá quien soy? Su pecho agitándose de
nuevo intentaba responder. Va a ser distinto esta vez. Ya no seremos amantes.
Será un amor distinto, le dijeron antes de partir.
Todavía conservaba manojos de plácidos
instantes, de las últimas veces.
Vivencias imborrables, selladas por siempre en su memoria. No había sido
fácil despedirse en más de una oportunidad. Pero siempre la promesa del retorno entibiaba
la espera. Más de una vez volverían a encontrarse. Eran parte de una misma esencia. Tarde o temprano el juego se lanzaba una vez
más. Y nunca era igual.
-Bueno, bueno, no es hora de
ponerse melancólico- se conformó en un intento de detener el oleaje que
lo abordaba, como un prisma de vivencias nítidas que dejaba traslucir los colores de toda una existencia. Horas,
días, años compartidos, tallaban con ternura sus espíritus viajeros. Imágenes
translúcidas se entrecortaban, en medio de una incontrolable vorágine de
emociones. Algunas lágrimas se agolparon en sus ojos, empañando sus pupilas
grises. En ese momento decidió dar un
viro a sus pensamientos y rodó hacia adelante en el tiempo.
Comenzó a soñar cómo sería su vida en
esta vuelta. Supo que desarrollaría sus inclinaciones artísticas aún más de lo
que lo había hecho antes, pero esta vez, se prometió, no sería tan bohemio.
-Arte, Libertad o Arte en Libertad...
Las palabras quedaron repicando como
pensamientos sueltos en el aire, mientras, algunos garabatos traviesos se
desprendían de sus manitas divertidas. Con
inocente picardía siguió chapoteando, navegante solitario, en medio del
silencio. Recordó a Armstrong y Aldrin cuando pusieron un pie en la impávida
luna. Luego se apenó por Collins. Lo
frustrado que lo habría dejado el hecho de no poder pisar el suelo lunar.
-Alguno tenía que quedarse en la nave-
pensó y se dio cuenta que su nave actual
era mucho más cómoda y sonrió. Sonrió como sólo las almas sabias lo
hacen, pero sin mostrar los dientes. Al ratito nomás se dejó vencer por el
sueño, exhausto por tanto movimiento. La certeza de que no faltaba mucho
para el retorno se hacía cada vez más
perceptible.
Todo solía pasar más rápido que lo
esperado. O al menos ésa era la sensación que a uno le quedaba.
Transcurridos tres meses el olvido se
había acentuado. Lapso suficiente para que su cuerpo terminara de crecer y
llegara el día de nacer. Punto
culminante del proceso que los dioses han perpetuado por eones. Pocos segundos
antes de salir a la luz, un velo invisible, como una ráfaga silenciosa, suele
apagar todo vestigio de memoria en la mente del pequeño humano. En la sala de
parto se mueve una brisa, a la que nadie presta atención. Un tintineo de
campanas en algún lugar del ambiente suele sorprender a parteras y doctores.
Pero son cosas de las que nadie habla.
Así fue como, una mañana fresca de
Setiembre, el pequeño Ezequiel asomó su cabecita al mundo y largó un sollozo
desconsolado. Tal vez estaría preguntándose ¿Por qué, otra vez, le habían robado la memoria?
N. de E:
En unos manuscritos
antiguos, de origen anónimo, hallados por arqueólogos ingleses en un templo
abandonado a orillas del Ganges, alrededor de 1820, una desconocida sabiduría
dejó el legado de su voz. Entre otras tantas revelaciones, se leía que el principal motivo por el cual la
criatura humana llora tanto al nacer es por un intento de rebelarse ante la Ley
Divina, que no le permite recordar. Esto seguiría llevando al hombre a
preguntarse por milenios: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?
Asimismo podía leerse otra frase: «...Y llegará el día que ya no tengan que
olvidar, porque vuestra mente estará en el Todo, será el Todo. Y verán en el
Todo. Sin principio ni fin, estará ante vuestro ojos la Verdad de
todas las vidas, para permanecer por los tiempos de los tiempos».